jueves, 19 de mayo de 2011

Un sólo nombre

Y abro la boca para decirte mi nombre, pero me callas con un dedo y sonríes, diciendo que lo adivinarás por el color.
¿Qué color?
El color de las letras, explicas. En una palabra, cada letra tiene su propio color, su propia resonancia, miles de matices que la diferencian de la siguiente.
De acuerdo, respondo. Dibujo líneas en tu piel mientras pienso y empiezo a divagar.

“La primera es la primera, la que dices primero, la que más suena, una letra sorprendida y de color rojo”
“La segunda letra es larga, el tronco de un árbol que intenta alcanzar la luz más allá de las sombras”
“La tercera y la quinta son agudas, un sonido tan claro y débil como el tintineo del cristal”
“La cuarta es una cueva oscura y seca, que te engulle cuando intentas acercarte más de la cuenta”
“Y la última es la primera, también de un color rojo encendido. Más pequeña pero igualmente sonora”

Te dejo pensar mientras sigo dibujando sobre tu piel. Quizá es una adivinanza muy difícil, o simplemente te gusta hacerme esperar.
¿Alicia?, preguntas, vacilante. Mis carcajadas resuenan a nuestro alrededor.
Muy bien, te aplaudo. ¿Y tú?
¿Cómo te llamas?

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