Me encantaría saber cómo una flor tan pequeña y blanca puede provocar tal cúmulo de sensaciones. La huelo y suspiro de gusto, pero al mismo tiempo me repele, por demasiado dulce (quizá por eso no puedo dormir cuando la tengo cerca). Si me dejo llevar por la imaginación, -cosa que por qué no hacerla-, me pregunto qué de mi vida anterior habrá condicionado que me guste el azahar, si es que tuve vida anterior alguna vez. De algo estoy segurísima: si lo huelo en cualquier parte del mundo, probablemente me ponga tan contenta que se me salten las lágrimas. Olerá como mi casa –mi hogar- en primavera, como las calles soleadas y las hojitas verdes de los naranjos.
En realidad, no es especial por su forma, por su olor o por la encantadora manera que tiene de deshojarse y dejar la acera cubierta de pétalos. Creo que, más bien, me gusta porque es tan breve como dos semanas en un año. Lo bueno, breve, dos veces bueno. Llenarte los pulmones de olor a hogar dos semanas al año te hace disfrutar mucho más de él cuando llega la primavera. Y eso que es una flor tan pequeña, que huele tan poco… deja más huella en el ambiente que en mí cuando la cojo y la pongo en mi mesilla de noche, aunque sepa se marchitará en pocas horas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario